Los comportamientos alimenticios, como picar papas fritas distraídamente o darse un atracón de postre, suelen ser el resultado de bucles de hábitos que se refuerzan con el tiempo.
Los bucles de hábitos pueden formarse a partir de experiencias buenas y malas. El helado, por ejemplo, es algo que podemos comer durante las celebraciones. El cerebro aprende a asociar la ingesta de helado con la sensación de bienestar. Aunque el helado no tiene nada de malo, puede convertirse en un problema cuando empezamos a comerlo inconscientemente después de un desencadenante emocional, como cuando nos sentimos estresadas o enfadadas. Entonces nuestro cerebro aprende que el helado también nos hace sentir bien en momentos de estrés, reforzando el bucle del hábito.
Con el tiempo, podemos desarrollar una serie de hábitos que nos llevan a comer cuando estamos aburridas, enfadadas, estresadas, cansadas después del trabajo o incluso cuando vemos la televisión. Lo complicado de los bucles de hábitos es que cuanto más automáticos se vuelven, con el tiempo ni siquiera estás eligiendo conscientemente estas acciones.
Si se comprenden los hábitos y los factores que los desencadenan, se puede ayudar a romper el control que ejercen actualizando el cerebro con nueva información. Los ejercicios de atención plena, que te obligan a reducir la velocidad y pensar en cómo y por qué comes, pueden enseñar a tu cerebro que un alimento que te hace sentir bien no te hace sentir tan bien como recordabas. Practicar la atención plena cada vez que se busca un alimento o se decide comerlo puede interrumpir el bucle del hábito.
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